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Signos diacríticos

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Un signo #diacrítico es cualquier marca que se utiliza para modificar algún otro signo de la #escritura.

En español tenemos varios. El más frecuente con diferencia es el acento o tilde (´), que se puede situar sobre las cinco vocales, tanto en sus versiones minúsculas (1) como en las mayúsculas (2):

(1) á, é, í, ó, ú

(2) Á, É, Í, Ó, Ú

Además utilizamos la diéresis (¨), también conocida como crema (nombre muy sabroso y que por eso mismo no se olvida fácilmente). Esta se le añade a veces a la u, tanto minúscula (ü) como mayúscula (Ü). Su función es advertirnos de que hay que pronunciar la u que aparece emparedada entre una ge y otra vocal, como en vergüenza. Sin el auxilio de la diéresis esa u sería muda.

El tercero y último de los signos de que nos servimos en la #ortografía del español actual es la tilde o virgulilla (˜). Designamos con este nombre al trazo ondulado que se le añade a la ene para convertirla en eñe, como en la palabra España.

Ya te habrás percatado de que la denominación tilde se aplica a dos signos diferentes. Por eso existe también el término técnico acento ortográfico que permite evitar ambigüedades. Por otra parte, el problema es menor de lo que parece porque casi nunca tenemos necesidad de nombrar el trazo curvo que modifica a la ene.

Además de estos signos diacríticos, en español hemos usado algunos más en épocas pasadas. Por ejemplo, la primera ortografía de la Real Academia Española (1741) introdujo el uso del acento circunflejo (ˆ) en palabras como châos (caos en nuestra ortografía actual). Esa marca indicaba que el dígrafo ch había que leerlo como [k], frente a la pronunciación [ch] que tenía entonces y ahora en chorizo o choque.

La cedilla también la hemos utilizado históricamente. Seguramente la habrás visto en el teclado de tu ordenador, arrumbada en el extremo derecho (si escribes con un teclado español, claro). La denominación cedilla se aplica lo mismo al signo diacrítico (¸ ) que a la letra (ç). La historia de la cedilla es curiosa. Es un invento de los visigodos. Parece una ce modificada, pero su verdadero origen está en la zeta. Lo tienes explicado aquí: http://blog.lengua-e.com/2008/origen-de-la-cedilla/

El alfabeto latino estaba hecho a la medida del latín, como su propio nombre indica. Cuando se extiende su uso a otras lenguas, hay que empezar a introducir pequeños arreglos para que siga funcionando. Una de las formas de hacerlo es modificar las letras existentes con la introducción de signos diacríticos.

Por ejemplo, en latín no había necesidad de marcar la sílaba que se pronunciaba con mayor intensidad. En español, en cambio, es fundamental. Por eso hemos complementado la escritura latina con nuestros acentos. Entre otras funciones, estos nos permiten diferenciar formas como las siguientes, que están relacionadas pero tienen significados distintos:

(3) término - termino - terminó

El sonido eñe no existía en latín. Por eso hubo que alterar la ene para reflejar en la escritura la pronunciación de palabras como España y para no confundir pares como uña y una.

El español no es ni mucho menos la única lengua que recurre a los signos diacríticos. Los tenemos en francés (è, ç, ô), en checo (č, ť, ů), en húngaro (ő, ö), en rumano (ş, â, ă) y en muchísimos otros idiomas que han adaptado la escritura del latín en mayor o menor medida para reflejar las particularidades de su pronunciación. En cambio, el inglés tiene una pronunciación muy alejada de la del latín, pero no hace uso de signos diacríticos (quitando algunas palabras de origen extranjero).

Los signos diacríticos tampoco son exclusivos del alfabeto latino, pero eso ya nos llevaría demasiado lejos. Conformémonos con lo que hemos aprendido por hoy.