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La metáfora (II)
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Hola, hablante, hoy te invito a que descubras conmigo cómo la metáfora se infiltra también en el terreno de la gramática.
Cuando nos preguntan por la metáfora, casi todo el mundo la asocia con la literatura. Y está bien, eso está bien porque la metáfora es fundamental en la creación literaria. Pero los lingüistas tenemos la manía de no quedarnos en lo que piensa todo el mundo y siempre tenemos que estar siempre arañando para ver qué es lo que se esconde debajo de la superficie. Simplificando mucho, podemos afirmar que tradicionalmente se concebía la metáfora como una figura retórica que consiste en decir: "esto es como esto otro" o, más bien, esto es esto otro: ¡tus dientes son perlas! El típico ejemplo de metáfora literaria.
Si reflexionamos, nos percataremos de que la metáfora también está presente en el lenguaje cotidiano. Por ejemplo, cuando hablamos del cuello de una botella, estamos usando una metáfora. Estamos asimilando una parte de un objeto inanimado a una parte del cuerpo. El mecanismo que está funcionando aquí es el mismo. Estamos diciendo: esto (una parte de la botella) es como esto otro (una parte del cuerpo).

De lo que ya no estoy tan seguro es de si es tan fácil percibir que la metáfora también tiene un gran rendimiento la gramática, en la creación de las estructuras gramaticales de las lenguas. Desde los años ochenta, gracias a la lingüística cognitiva y a investigadores como George Lakoff, se ha ido sabiendo que la metáfora es mucho más que una figura retórica. Es un mecanismo cognitivo básico de los seres humanos y por eso se manifiesta de muchas formas diferentes. Hablamos y pensamos en metáforas. E incluso actuamos y vivimos a través de ellas.
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